La suerte no acompaña.
Llamo al timbre repetidas
veces hasta que se oye un crack que indica que me han abierto la puerta. Entro
en el no demasiado grande hall del edificio donde viven Eric y Gabriel. El
suelo y las paredes de una piedra blanca y gris reluciente y las puertas de
cristal de la entrada le dan al entorno un aire frío y siniestro. Con el miedo
palpitando dentro de mí y con la Marca de Caín reluciendo con fuerza, aprieto
el botón del ascensor con apremiante fuerza. Las puertas no se abren. “Debe de
estar estropeado” indica mi voz racional, “corre, estás en peligro” me grita mi
instinto. Opto por hacer caso a mi voz racional y busco las escaleras, cuando
empiezo a subir algo me golpea con fuerza en la espalda. Suelto un gritito de
sorpresa más que de dolor y me giro para encontrar enfrente de mí, a un
horrible monstruo de cinco cabezas tambaleantes. Tiene el cuerpo de una
serpiente gigante, los ojos de cada cabeza relucen mortíferamente en un tono
rojo sangre y de las numerosas bocas cae un líquido sucio y apestoso.
-Eccs. ¿Nunca te han dado
un cepillo de dientes?—intento ocultar el miedo.
La criatura parece
ofendida por mi comentario y de un certero golpe con el cuello de una de las
cabezas, me estampa contra la pared del hall haciendo que un hilillo de sangre
resbale por mi frente. ¿Por qué no ha funcionado la Marca? Extrañada, confusa y
asustada bajo la mirada hacia mi antebrazo, la Marca se está transformando.
Abro los ojos desmesuradamente, está tomando la forma de una espada. Y de
alguna forma sé que sí la imagino saliendo de mí brazo, saldrá. Cierro los
ojos, e intento olvidar al horrible monstruo y concentrarme en los recuerdos de
aquel sueño, en las diferentes formas de la Marca, en su poder, en una espada
saliendo de mi brazo. Noto una punzada de dolor en éste mismo. Abro los ojos y
no sin demasiada conmoción observo la grandiosa espada que sostengo. La
empuñadura está hecha de una piedra negra brillante y lleva grabada a tinta
plateada una M y una R. El filo es increíblemente largo, por lo menos treinta
centímetros y está hecho de un material translúcido que parece emanar un halo
blanco. Intento levantarla, pero pesa demasiado, para mis pequeños y débiles
brazos. La criatura me ataca de nuevo y no tengo más remedio que echarme hacia
atrás y chocarme contra la barandilla de la escalera, que se clava
dolorosamente en la espalda. Sigue avanzando y yo retrocediendo, hasta que
llego a un punto en el cual no puedo huir. Saco fuerzas de flaqueza y levanto
la espada por encima de mi cabeza haciendo que en un arco perfectamente
circular corte una de las cabezas del monstruo. Éste mismo se retuerce de dolor
mientras que del cuello sin cabeza emana una sangre verdosa y de olor
putrefacto. La pelea avanza, yo cada vez soy más hábil con la espada y el bicho
cada vez tiene menos cabezas, pero no todo ha sido tan fácil. Tengo múltiples
cortes en los brazos, las piernas, la cara… pero sobre todo hay una profunda
herida que no para de expulsar sangre, situada sobre mi pecho, casi en el
corazón que produce la disminución de mis fuerzas. Sólo le queda una cabeza.
Una cabeza más. Yo puedo, yo puedo, yo puedo. Vamos Rebecca.
Le transmito
fuerza a la espada, que reacciona muy positivamente. Prácticamente impulsada
por ésta misma salto alto, muy alto y al igual que la primera vez, y la
segunda, y la tercera y la cuarta, trazo un arco perfecto llevándome por delante
la quinta y última cabeza del monstruo, a la vez que éste se retuerce en el
suelo, soltando gemidos y llenando paredes, suelo y techo, de sangre verdosa.
Desaparece por completo y las fuerzas me abandonan. Caigo al suelo, suelto la
espada y llevo mi mano al pecho. No para de sangrarme, la vista me falla.
Mierda, tengo que aguantar, quien sabe lo que ese monstruo puede haberles hecho
a Eric y a Gabriel.
Respiro hondo y pesadamente, recojo la espada, me levanto y
me voy a arrastrando por el hall dejando un rastro de sangre. Empiezo a subir
las escaleras aún impresionada por la gran resistencia que estoy demostrando.
-Alto, o morirás
desangrada. —la voz me sobresalta, doy la vuelta lentamente y me encuentro con
un chico y una chica de ojos rojos y cabellos negros.
-¿Quiénes sois?
-Somos los hermanos
Kaghura.
-¿Sois demo…--mi pregunta
se queda en el aire, pues las fuerzas terminan de agotarse y caigo rendida en
brazos de la chica que le grita algo a su hermano.
-¿Está muerta?
-No lo creo, la verdad.
Ha sido muy fuerte. –las voces se distorsionan conforme entran por mis oídos.
-La verdad, Kyo, nunca
había conocido a ninguna luchadora tan fuerte como yo. Y pensar que cuando la
vimos nacer sólo era una pequeña humana, ahora tiene la Marca. —el tono de
nostalgia que transmite la voz de la chica, me hace querer despertar, pero no
puedo.
-Cassandra, sabes tan
bien como yo, que ella nunca ha sido una pequeña humana. –ahora habla el chico,
que parece llamarse Kyo.
Con toda mis fuerzas
intento abrir los ojos, que al final después de tanta insistencia se abren poco
a poco.
-¡Mira Kyo, está abriendo
los ojos!
-¿Do…dónde estoy?
—consigo decir con la voz rasgada.
-Estás en nuestra
guarida, la guarida de los ángeles perdidos.
-¿Ángeles perdidos? –Kyo
me mira sorprendido.
-¿No sabes de tu
naturaleza? ¿No sabes de tus poderes? ¿No sabes de tu origen?
-¿Sinceramente? No. –los
hermanos Kaghura cruzan una mirada.
-¿Quién te ha criado,
pequeña? –habla una persona diferente.
En la espaciosa sala que
nos envuelve, construida de la misma piedra brillante—o eso creo—que de la
empuñadura de mi espada, aparece un hombre de unos veintitantos años. Lleva el
pelo largo, recogido en una coleta baja, los ojos son increíblemente naranjas y
lleva múltiples vendajes por el cuerpo.
-Em, pues… mis padres.
—cojo aire intentando relajarme. Los ojos me arden y aguanto las ganas de
llorar. No voy a llorar delante de estos desconocidos. –Mis padres adoptivos.
-Ajá, como imaginé.
—vuelve a hablar el desconocido.
-Oye, creo que no es
momento de que la atiborréis a preguntas, necesita descansar. –refunfuña
Cassandra.
Kyo y el desconocido se
miran con expresiones serias hasta que sonríen.
-Mi nombre es Demian. —Demian,
el muchacho de ojos naranjas se acerca hasta el borde de mi cama y me pone una
mano en la barbilla que me obliga a levantar la vista. — ¿Y el tuyo?
-Me llamo Rebecca,
Rebecca Di Salvo. —el silencio se extiende por la sala. Cassandra mira nerviosa
a todos lados menos a mí, Kyo más de lo mismo pero en cambio Demian me mira
directamente a los ojos.
-Bien, Rebecca Di Salvo,
descansa, luego hablaremos de todo esto.
-Adiós. —dicen al unísono
los hermanos. Cassandra me mira con amabilidad y sonríe, intentando darme
ánimo.
Justo cuando están
cerrando la puerta, digo:
-Gracias por todo lo que
estáis haciendo por mí. –Demian se paraliza completamente, gira la cabeza,
ladea el rostro y me mira sorprendido.
-Lo has hecho tú sola, tú
mataste a ese demonio.
-Pero vosotros me habéis
curado. Gracias. —a duras penas oigo los susurrados “de nada” que pronuncian
los hermano Kaghura. Contemplo a Demian—aún sorprendido—mientras que éste mismo
cierra la puerta totalmente y me deja sola.
Suspiro y me tumbo
completamente en la mullida cama. La habitación en la que me encuentro es
bastante amplia, está hecha del mismo material que la empuñadura de mi
espada…Un momento. ¿Y mí espada? Recorro con la mirada toda la estancia, pero
no la veo. Asustada y nerviosa por estar en un lugar que desconozco, con gente
que dicen ser ángeles perdidos sin un arma para defenderme empiezo a sudar y a
remover las manos con fuerza. Ah. Oh. Ah. Bajo la vista a mi Marca y veo como
ha vuelto a su forma original de espiral. Y quiero creer que de algún modo si
corro peligro volverá a aparecer a través de ella, mí espada. Eso es, confía en
la Marca. Toda ésta situación es de locos. Pienso en Gabriel y Eric, en mis
padres adoptivos, en Leo, en Alaric y otra pertenencia mía aparece en mí mente.
Mi mochila. Miro hacia mí derecha, y la veo apoyada junto a una silla de ébano
negro y terciopelo rojo. Con mucho cuidado me levanto, y al hacerlo, noto una
punzada de dolor en el pecho. Bajo la mirada y veo a través de mi sucia y rota
camiseta un gran vendaje con pequeñas manchas de sangre. Oh, esa fue la herida
que casi me mata.
Abro mi mochila de viaje,
saco ropa limpia y una muda de ropa interior, también rebusco y agarro mi
teléfono móvil. Treinta llamadas perdidas de mí madre, mi padre y mi hermano.
Maravilloso. Por otra parte tengo ciento cincuenta whatsaps y veinte mensajes
de texto. Vaya, sí que son exagerados. Aunque… ¿Cuánto tiempo llevo durmiendo?
Mucho no creo, más bien creo que llevo unas horas, o algo parecido. Decidida,
apago el aparato, cojo mi mochila y la ropa y salgo por la puerta.
OoO
-¿Qué creéis que debemos
hacer con ella?
-Kyo, no seas maleducado,
tiene nombre.
-No estoy siendo
maleducado sólo que…
-Callad los dos. —Demian
mira furioso a los dos jóvenes que tiene en frente. Lleva viviendo con ellos
desde que eran pequeños y nunca había soportado sus discusiones.
En cambio ahora hay un
nuevo problema, un problema que tiene nombre y apellidos: Rebecca Di Salvo.
Todos en el fondo saben quién es, saben su secreto, saben el poder que oculta
sólo que no quiere reconocerlo, porque tienen miedo. Tienen miedo de lo que
pueda pasar. Ha demostrado una minucia de poder comparado con el que puede
llegar a tener, es fuerte, poderosa, todos los que forman este mundo han notado
su despertar, han notado la sensación de ser amenazados y por ese mismo motivo,
tienen miedo.
-¿Qué ocurre, Dem? Te
noto de lo más tenso…incluso frío.
-Kyo esto es un problema
añadido.
-Puede que sea útil en la
busca de los fragmentos del Colmillo Sagrado. Parece tener un poder bastante
fuerte. –por alguna razón que incluso la misma Cassandra desconoce, siente
ganas de proteger a esa chica, la chica que se derrumbó en sus brazos y no los
de su hermano, esa chica que es la primera persona en toda su vida que le da
las gracias. Tal vez puede que lleguen a ser amigas. Le entran ganas de reír,
ella nunca sería amiga de otra chica.
-En eso, tu hermana tiene
razón, Kyo. No hay necesidad de matarla, como tú sugeriste. —la voz de Demian
se vuelve oscuramente fría y hace que todos los presentes tiemblen de terror.
-Dem, no saques tú lado
oscuro ahora. Ya he comprendido que no todo el mundo tiene que morir. –Kyo en
el fondo piensa que todos los que no sean como él deben de morir y eso incluye
a la perdida Rebecca.
Él nunca ha sido un chico amable ni mucho menos generoso
con los demás por lo que no entiende como Demian y Cassandra protegen tanto a
esa chica. Tampoco es tan impresionante el que haya matado a un demonio
serpiente, al fin y al cabo es una cosa a los que todo de esta especie están
acostumbrados.
-Bien, en ese caso que se
quede, al menos de momento.
-¡Pero será un estorbo
inútil! –Kyo intenta cambiar la opinión de los otros del grupo. Porque ahora
tiene a alguien más que proteger mientras luchan.
-Cállate, y haz caso a
Dem, hermanito.
-¡Vale! Pero que quede
bien claro que si hay que proteger a alguien primero, seréis vosotros.
-Lo que tú digas…
Y así finalmente deciden
afrontar los problemas.
OoO
Madre mía, este pasillo
es inmenso y está lleno de puertas. Una a una, y siempre llamando a la puerta
voy entrando en diferentes habitaciones pero parece que ninguna es un baño.
Puf. Cojo aire e intento ignorar el dolor que se expande desde mi pecho hasta
el resto del cuerpo. Al final, después de dar vueltas como una tonta abro la
puerta ganadora. El baño, está construido con paredes repletas de baldosas
negras y doradas y un suelo de madera muy brillante. También en la parte
superior de la ducha hay una diminuta ventana por la que entra el sonido de
coches y pitos. Bien. Cierro la puerta con pestillo y abro el grifo de agua.
Mientras me voy quitando la ropa, voy
viendo como los innumerables cortes y heridas han desaparecido, a excepción
–claro está—de la herida del pecho. Me veo diferente. Mi pelo está más claro de
lo normal, mis ojos grises nunca han expresado tanta seriedad y mi piel no ha
sido nunca tan increíblemente blanca. Al final va resultar que todo esto, de
verdad me está cambiando. Cuando estoy completamente desnuda a excepción del
vendaje, cojo valor y poco a poco la voy quitando a la vez que dejo a la vista
un corte de al menos doce centímetros de largo y completamente abierto.
El
dolor me recorre justo cuando dejo al descubierto la herida. Ah, escuece. Será
mejor que me duche con agua fría.
Me meto debajo de las
pequeñas gotas de agua congelada que empiezan a caer. Al principio tengo frío,
pero al rato me acostumbro y me relajo considerablemente, dejando aparte los
problemas.
Introduzco por mis
piernas una falda bastante corta, con volantes rosas y blancos, por la cabeza
introduzco una blusa de seda blanca y en los pies me pongo unas sandalias. Creo
que voy bastante arreglada para la situación pero quiero causarles una buena
impresión. Busco desesperadamente un secador pero no lo encuentro así que no
tengo más remedio que recogérmelo en una trenza. Bien, ahora estoy más o menos
presentable. Abro la puerta y me choco de frente con Kyo.
-¡Serás torpe! –avergonzada
y con las mejillas encendidas empiezo a disculparme.
-Perdón, perdón.
-Kyo, no espantes a la
pobre chica. –Demian aparece detrás de él, sonriendo y mostrándose mucho más amable que él.
-N-no, la que estaba
espantándole era yo, perdón. –Agacho la cabeza repetidas veces. —Hago todo mal… --Kyo me mira con expresión perdida pero Demian me mira conmocionado.
-No te deprimas por un
idiota como éste—Kyo gruñe—y ven con nosotros, tenemos que contarte unas
cuantas cosas.
-Sí hubiera sabido que te
ibas a poner tan guapa, yo también me habría arreglado más. —Cassandra aparece
por detrás de los dos chicos.
Me sonrojo considerablemente.
-Venga, dejad de
incomodarla. –una vez más Demian acude en mi rescate. Me agarra del antebrazo y
me conduce por los pasillos.
Por favor siguiente capitulo ya!!
ResponderEliminarAggg,muchísimas gracias por el apoyo!
EliminarSin vosotros esto no sería posible.
Un besazo :)