Sueños
extraños, días extraños.
Después de ese sueño y del ardor de la marca, no
puedo volver a dormir así que decido investigar sobre esta…esto…cosa. Con manos
temblorosas de impaciencia cojo mi móvil, y hago una fotografía al extraño
símbolo. Enciendo el ordenador, conecto el teléfono y paso la foto. Poco
después, me meto en internet y busco páginas de chats colectivos con la
esperanza de encontrar una que sea de gente un poco friki. Al final doy con una
que se hace llamar Fenómenos
paranormales, comparte tu historia con otras personas. Con un suspiro
tecleo.
Yo: ¿Alguien sabe qué significa éste símbolo?
Con otro suspiro pego la foto en la conversación y
espero hasta que, un tal Señor Maligno 18 me contesta.
Señor Maligno 18: Es la Marca Caín.
Yo: ¿La Marca de Caín?
Oscuridad intacta: Sí, es la Marca de Caín. ¿No
sabes la historia?
Yo: No, la verdad.
Señor Maligno 18: La Biblia cuenta, que los hijos de
Adam y Eva, Caín y Abel, tuvieron que
hacer un sacrificio por Dios. Caín sacrificó el fruto de su cosecha y Abel los
mejores animales de su rebaño. Dios aceptó el sacrificio de Abel pero no el de
Caín, y éste mismo compungido y lleno de ira, acabo con la vida de su hermano.
Cuando el Señor pidió una explicación a Caín, Dios le maldijo diciendo: ‘¿Qué has hecho? ¡Escucha! La
sangre de tu hermano clama desde el suelo. Ahora estás maldito y la tierra, que
abrió su boca para recibir la sangre de tu hermano rechazará tu mano. Cuando
trabajes la tierra, no te dará fruto. Vagarás eternamente sobre la tierra.’ En un acto de ironía la
maldición de Dios estaba dirigida estrictamente a arrebatar a Caín el beneficio
de su principal habilidad, la agricultura. Cuando Caín afirmó que cualquiera
que lo encontrara lo mataría, Dios le respondió: ‘No será así; si alguien
mata a Caín, será vengado siete veces.’ Y Dios puso una marca en Caín para que quien quiera que se encontrase con él
no lo matara. Ésa es la historia.
Yo: Vaya, que siniestro… Gracias de todas formas.
Oscuridad intacta: ¿Te has hecho esa marca y no
sabías lo que era?
Yo: Me he despertado y ya la tenía ahí, dibujada.
No espero que me creáis…
Señor Maligno 18: ¡Espera, espera! ¿En un sueño?
Yo: Sí… ¿Me crees?
Señor Maligno 18: Te creo. Si no es mucho pedir me
gustaría saber de dónde eres…
Dudo. ¿Y a él que le importa? A lo mejor es un
pederasta que lo único que quiere es aprovecharse de mí y ahora mismo lo que
necesito es que alguien me asegure que no estoy loca, no que me diga que tengo
razón.
Yo: ¿Por qué tendría que decírtelo?
Señor Maligno 18: Porque tal vez te pueda ayudar.
Yo: ¿Cuántos años tienes?
Señor Maligno 18: Veintiséis. ¿Y tú?
Yo: Dieciocho.
Señor Maligno 18: Por favor créeme, no soy ningún
pederasta, solo un tío normal de veintiséis años al cual le interesa lo
paranormal.
Vaya, parece que me ha leído la mente. Noto una
punzada de dolor y bajo la vista a la que debe ser la Marca de Caín y como una
exhalación pasa ante mí el recuerdo del sueño. ‘Con
esta marca serás invencible.’
Todo esto es muy extraño. Sueño con un ángel que dice ser mi padre y que quiere
que baje al Infierno o algo por el estilo, que menciona una marca y que cuando
despierto tenga una dibujada en la muñeca. ¿Qué hago?
Yo: Soy de Madrid.
Señor Maligno 18: Yo soy
de Barcelona. Mañana estaré allí.
Yo: ¿Qué? ¿En serio?
Oscuridad intacta:
Agradecería que hablarais por otro sitio, no para de sonarme el chat.
Señor Maligno 18: Ponlo
en silencio. Y Chica Lectora, sí, en serio. Espero que no haya ningún
problema.
Yo: Pero… ni si quiera sé
quién eres.
Señor Maligno 18: Puedo
llevar algo en especial, para que me reconozcas.
Yo: Lleva una chaqueta
roja de cuero.
Señor Maligno 18: ¿Qué?
¡Eso es una horterada! Mejor me pongo una chaqueta de cuero negra y unas botas
de motero. ¿Vale? ¿Y tú, qué?
Vuelvo a dudar. ¿Seguro
que quiero hacer esto? Tal vez sólo haya sido una simple casualidad…
¿Casualidad? No lo creo, todo esto es demasiado raro y si se lo digo a mis padres tal vez me quieran llevar a un psicólogo, por no hablar de lo que dirán mis amigos si se lo cuento. No me queda más remedio.
¿Casualidad? No lo creo, todo esto es demasiado raro y si se lo digo a mis padres tal vez me quieran llevar a un psicólogo, por no hablar de lo que dirán mis amigos si se lo cuento. No me queda más remedio.
Yo: Está bien, llevaré un
vestido rojo.
Señor Maligno 18: Te
esperaré en la puerta del Parque del Retiro, a las cinco en punto de la tarde.
Yo: No estoy segura de
esto…
Señor Maligno 18: No hay
vuelta a atrás, ya lo estoy preparando todo.
Yo: Supongo que… hasta mañana.
Me desconecto del chat y
apago el ordenador. ¿Qué acabo de hacer? Quedar con un desconocido de
veintiséis años al cual le interesa lo paranormal, que está en un chat de
fenómenos paranormales a las dos de la mañana. Genial, Rebecca, genial. Dios,
todo esto es una locura. ¿Y ahora qué hago? No puedo dormir después de todos
estos…acontecimientos, o lo que se supone que sean. Recuerdo el examen de
Física y Química de mañana y rápidamente abro la mochila, saco el libro y me
pongo a repasar.
– ¡Rebecca, levántate ya!
–exclama mi madre al otro lado de la puerta.
Me levanto de la silla
del escritorio, revuelvo mi pelo, pongo cara de zombie y salgo fingiendo acabar
de despertarme. Entro en la cocina y veo a mi madre dar vueltas por toda la
estancia, cogiendo cosas de aquí y de allá, mi padre sentado en la mesa,
conversa con mi hermano mayor, Leo.
–Buenos días, hija. –dice
mi padre alegremente besando mi frente.
–Buenos serán para ti.
—mascullo.
–Hola a ti también, ¿eh?
–giro la cabeza hacia Leo y le intento matar con la mirada.
–Rebecca, cariño vístete
primero y desayunas después, hoy tienes tiempo de sobra. —resoplo.
Recorro el pasillo, ya
sin fingir, entro al baño y pocos segundos después me hayo bajo las frías gotas
de agua. Restriego fuertemente mi cabello con el gel de olor a vainilla y
pienso en que hoy he quedado con el tipo extraño, posiblemente pederasta.
Suelto una carcajada, mientras salgo de la ducha con una toalla alrededor de mi
cuerpo desnudo y mojado. Voy por el pasillo, dejando un rastro de agua, entro
en mi habitación y abro el armario. Paso por mis piernas unas bragas blancas de
encaje y coloco un sujetador de igual diseño tapando mis pechos. Cojo un
vestido de diario, con la parte de arriba en un diseño de rayas blancas y rojas
y con la parte inferior de seda roja que llega un poco por encima de los
muslos. Unas bailarinas blancas de calzado y un turbante de plástico rojo,
retirando el pelo de la cara. Mi fina
cara. Rasgos suaves, barbilla demasiado corta, ojos grises, pelo rubio platino
a la altura de los hombros, pómulos marcados y pestañas largas. Además, soy
bajita, muy bajita para mí edad. Agarro el secador y le quito la humedad a mis
cabellos, después sin muchas ganas conecto la plancha del pelo. Cuando la luz
deja de parpadear paso ésta misma por todo el pelo dejándolo completamente
liso, brillante y con olor a vainilla. Y ya, llegando al final esparzo
maquillaje por mi piel, aplico colorete, rímel y pintalabios y por último rocío
mi cuello con colonia. Salgo de la habitación justo cuando llaman al timbre. Me
acerco corriendo miro por la cámara y veo a Gabriel, mi mejor amigo.
– ¡Ya bajo! –él sonríe y
se apoya contra la pared del edificio.
–Rebecca, no has
desayunado. —dice mi madre acercándose y colocándome la bandolera sobre el
hombro. —muevo la mano en gesto de indiferencia y mi madre ve la Marca,
mientras palidece. –Rebecca. ¿Te has hecho tú eso? –dudo.
–N-no…sí.
– ¿Sí o no?
–Mamá, me tengo que ir,
está tarde vendré tarde. Vamos a ir todos a casa de Ana a estudiar. —miento. En
realidad he quedado con Señor Maligno 18.
–Pero… --me asomo a la
cocina despido a mi padre y a Leo y salgo por la puerta de casa aún con mi
madre mirándome desde el portal, pálida.
– ¿De verdad que no es un
tatuaje? –pregunta Gabriel por décima cuarta vez en todo lo que llevamos de
camino.
-- De verdad. —aseguro
cansina. –Sólo es un dibujo.
--¿Un dibujo de qué?
--De un libro. Ah, por
cierto ésta tarde no iré a clase, he quedado con alguien. —tal vez algo en el
tono de mí voz hace que Gabriel me dirija una mirada fulminante.
--¿Con quién? –ésta vez
soy yo la que le fulmina con una mirada.
--¿A ti qué te
importa?—agacho la cabeza. Nunca le he ocultado nada a Gabriel.
--Eres mi mejor amiga,
Rebecca. No es propio de ti no contarme lo que te pasa.
--¡No me pasa nada! Sólo
digo que no hace falta que sepas con quién voy o con quien vengo, no es asunto
tuyo. –él agacha la cabeza con la decepción pintada en su rostro.
--Todo lo que tenga que
ver contigo, tiene que ver conmigo. —murmura mientras entramos por la puerta
del instituto.
--Por favor no quiero
discutir contigo, no hoy Gabriel. —sin esperar respuesta salgo pitando dentro
del edificio que tanto odian los estudiantes pero que a mí me parece realmente
bonito.
Las paredes son de
piedra, las puertas y marcos de ventanas de un marrón oscuro y brillante,
amplios pasillos casi siempre abarrotados de gente riendo o liándose entre
ellos. Me gusta este lugar, me recuerda a la iglesia a la que mi abuela me
llevaba de pequeña. Sonrío como puedo. Toda ésta situación de los sueños, las
marcas, la protección, la cita con Señor Maligno 18, y el pálido
rostro de mi madre al verme la muñeca, puede conmigo. ¿Y si me salto las
clases? No es nada propio de mí irme de peladas pero por una vez… Seguro que
Gabriel y el resto del grupo se preocuparán, pero eso ya no me importa. Ya no.
No después de todo lo que me está pasando. ¿Por qué a mí? Oh. La incertidumbre
se cuela dentro de mí, el miedo recorre mi cuerpo, la necesidad de dormir y no
despertar es demasiado apremiante. No quiero vivir así. No con éste
desconcierto. No manteniendo secretos. Sin darme cuenta los ojos comienzan a
arderme y al segundo noto como lágrimas resbalan por mis sonrojadas mejillas.
Odio llorar. Rápidamente me doy la vuelta y salgo corriendo a contra corriente.
Intento evitar a toda la gente que conozco pero al estar tan conmocionada y
sumida en mis pensamientos no veo que estoy pasando justo al lado de mis amigos.
Eric levanta la vista y es el único que me ve. Recorre mi rostro. Supongo que
observando las lágrimas, los ojos rojos,
la sangre que brota de mi labio después de habérmelo mordido violentamente para
no sollozar, del miedo que siento. Alexandra parece darse cuenta de que Eric no
presta atención, se gira y me ve, dice algo que no consigo oír y todos, uno a
uno, se van girando y se aproximan. Mis extremidades que parecían estar
congeladas reaccionan de una vez y salgo corriendo por la puerta de entrada
justo cuando el conserje cierra y deja a mis amigos dentro del instituto
gritando mi nombre, pero yo sólo puedo correr y llorar.
Cuando mis pies ya no
responden y las lágrimas dejan de salir, paro. Nunca me había comportado de
ésta manera. Como mis padres se enteren de que no estoy en clase…es más, como
me vea mi hermano, muero viva. O no dice una vocecita de mi cabeza. Un
escalofrío me recorre al recordar la Marca y la frase ‘Si alguien mata a Caín, será
vengado siete veces.’
Podría probar si la Marca hace efecto. Al segundo de haber pensado eso suelto
una carcajada. Ésta situación me está volviendo loca, completamente loca. Me
siento en un banco de piedra situado entre dos grandes robles. Miro el cielo
despejado, el Sol brillando, los pájaros revoloteando por encima de las ramas
de los árboles y una vez más me pregunto qué somos los humanos en comparación
con la belleza del mundo, que nosotros mismos, estamos matando. Respiro hondo e
intento tranquilizarme. Todo esto debe de ser una horrible broma de mi hermano
o… o todo esto es real, de alguna
forma que no alcanzo a pensar.
--Perdona.
¿Tú vas al instituto San Jesús? –levanto la mirada y me encuentro con el que
debe de ser un profesor en prácticas. No parece demasiado viejo, tal vez tenga
treinta y pocos años. Cabellos negros y rizados, ojos azules oscuros, y una
sonrisa de incertidumbre en el rostro.
--Sí.
¿Por qué lo pregunta, señor?
--Porque
soy profesor de ése instituto y me pareció ver alguien salir justo cuando
cerraban la puerta. Y como la primera hora la tenía libre, decidí seguirte. —el
mundo se desvanece bajo mis pies.
--¿Qué?
Por favor, no llame a mis padres, por favor. —sonríe amablemente y se sienta a
mí lado.
--Como
creo haber mencionado, te he seguido y he comprobado como llorabas.
--Yo…no
es asunto suyo. Le prometo que a la hora del recreo volveré al instituto, pero
déjeme tranquila.
—él niega con la cabeza y alarga la mano para agarrarme la
muñeca.
--¡Suélteme!—y
la Marca dibujada en la otra muñeca reluce con más fuerza a la vez que el brazo
del profesor se retuerce hasta que se oye un crack y un alarido de dolor por su parte.
Me mira
sorprendido y asustado.
--¿Cómo
has hecho eso?
--A
usted no le importa. Volveré al instituto, después. —y sin dejarle contestar,
salgo prácticamente huyendo.
Mi cabeza bulle llena de
enfermizos pensamientos. La Marca de Caín ha funcionado. Le ha roto el brazo.
Oh, no. ¿Cómo he llegado a esto? Cuando mencioné eso de probar la Marca, no lo
decía en serio. No quiero hacer daño a nadie. Ya han pasado dos horas y como le
he prometido al profesor, voy de camino al instituto. Para cuándo llego,
aprieto un botón, espero y sale uno de los conserjes que sonríe y me abre.
Entro de nuevo en el hermoso edificio y tomo camino hacia el patio. Allí hay el
ambiente de siempre. Risas, sonrisas, insultos hacia los profesores,
comentarios sobre las respuestas de los exámenes…y en un pequeño rincón, están
mis amigos.
Poco a poco me acerco.
--Hola. —murmuro en voz
baja.
Todos se giran a la vez y
me miran sorprendidos, justo antes de que Gabriel se abalance sobre mí y me
abrace.
--Eres una estúpida. —repite en voz a penas inaudible.
Nos separamos, los demás
me saludan y yo intento mantener mi voz lo más calmada posible mientras les
cuento una excusa insuficiente, al menos para Gabriel que no para de mandarme
miradas fulminantes. En una de ésas veces le saco la lengua y consigo
arrancarle una sonrisa de la cara.
Remuevo mis manos
nerviosamente mientras observo la entrada al Parque de Retiro. Siempre me he
sentido a gusto estando en éste lugar. Es tranquilo, hermoso, y de alguna
manera me calma cuando estoy alterada. Pero hoy no está haciendo demasiado
efecto. Miro mi reloj por décima quinta vez y veo que han pasado dos segundos
desde la última vez que lo miré. Dios, que nervios. Ya son las cinco en punto.
Intento distraerme contando las hojas de los árboles pero no da resultado y
justo en ese momento, un chico realmente atractivo de cabellos rizados
cobrizos, ojos negros y profundos, sonrisa de medio lado y chaqueta de cuero
aparece en el campo de mi visión. ¿Chaqueta de cuero? Lo miro más atentamente y
me fijo en las botas moteras. No puede ser. No puede ser Señor Maligno 18. Está
demasiado bueno. Él también parece mirarme incrédulo, de arriba abajo, hasta que
su mirada queda fija en la mía. Me sonrojo.
--¿Eres Chica Lectora?
–asiento, reconfirmando la idea de que éste buenorro es Señor Maligno 18.
--Genial, yo soy Señor
Maligno 18, aunque mis amigos me llaman Alaric. –suelto una estúpida risita y
retuerzo las manos más fuerte.
--Yo…yo soy Rebecca. –se
inclina para darme dos besos pero ante su sorpresa me aparto y le tiendo la
mano que a los dos segundos, me estrecha.
--Bueno, pues…eh…
¿Paseamos?
--Lo que quieras. –sonríe
y nos adentramos en el gran parque.
--Antes de nada, quiero
presentarme. Me llamo Alaric, tengo veintiséis años, soy licenciado en Bellas
Artes y en mis ratos libres, aparte de hacer lo que la gente de mi edad hace,
también me gusta investigar e informarme de todo tipo de sucesos paranormales.
--Bien, pues yo… Yo me
llamo Rebecca, tengo dieciocho años, estudio en el instituto San Jesús, y en
mis ratos libres suelo soñar con ángeles, con Marcas y todo ese rollo.
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